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Recuerdos móviles: los días en la frontera

MADRID, 26 Jul. (Natalia Toscano Jaime/Universidad de La Sabana) - La vida se trata de recuerdos, tristes, felices o dolorosos. Los recuerdos componen al ser humano y marcan el camino invisible que seguirá recorriendo a lo largo de su vida. Son pactos tácitos con nuestra propia memoria y los sujetos que aparecen en ella, porque se promete, en el fondo, no olvidarlos.

Recuerdos móviles: los días en la frontera UNIVERSIDAD DE SABANA

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MADRID, 26 Jul. (Natalia Toscano Jaime/Universidad de La Sabana) -

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La vida se trata de recuerdos, tristes, felices o dolorosos. Los recuerdos componen al ser humano y marcan el camino invisible que seguirá recorriendo a lo largo de su vida. Son pactos tácitos con nuestra propia memoria y los sujetos que aparecen en ella, porque se promete, en el fondo, no olvidarlos.

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Se atesoran con cariño. Son lo que fue y ya no será. En mi caso, es la imagen vívida del lugar en el que nací y crecí: Cúcuta. Es el amor de mi familia. Es la mantequilla Mavesa, la bebida achocolatada Toddy y la harina P.A.N. Son los juegos de barrio, las visitas y las vacaciones en playas de ensueño. Sin embargo, son también puentes rotos, promesas incumplidas, despedidas e, incluso, muertes que traen consigo el ejercicio de vivir en la frontera.

Como yo, Alejandra Guzmán y Laura Tocaría nacieron en la frontera, pero del otro lado, el de Venezuela. Y guardan con anhelo sus recuerdos, pues saben que las memorias son las únicas que ni un presidente, un gobierno en crisis o miles de pasos al exterior les van a poder quitar.

Esta es la historia de tres mujeres, dos países y un mismo puente.

El lado B

Me crie en una ciudad pequeña al noroeste de Colombia, en Cúcuta, Norte de Santander. Lamentablemente, no teníamos un mar que visitar cada fin de semana ni éramos la capital, con lo que eso significa en un país centralizado como el nuestro. Sin embargo, teníamos algo que el resto no: éramos frontera con Venezuela.

Y hablo en plural, como "nosotros", pues es algo que solo los que vivimos allá entendemos. El silencioso acuerdo de ayudarnos con el país vecino a mejorar la economía, instituciones, entretenimiento y calidad de vida en general. Un acuerdo que, en principio, ninguno esperaba que algún día fuera a romperse.

Al ser una ciudad fronteriza teníamos ventajas y desventajas. La cantidad de productos importados era inimaginable. Gozábamos de un dutty free y tanqueábamos en cualquier esquina por menos de 20.000 pesos. Podíamos estar en San Antonio del Táchira (ciudad de Venezuela) en menos de 15 minutos con solo el pasaporte. Pero en Cúcuta no solo yacía la memoria de una frontera a punto de desarrollarse, sino la de una frontera sombría, de contrabando y extorsión impulsada por la llegada de un nuevo gobierno junto a sus ideales.

Estación de gasolina en acuarela. Realizado con la inteligencia artificial Dall-e.

La transición que supuso fue evidente. Recuerdo dejar de ver a mi tía en San Antonio y no poder acompañarla cuando tuvo complicaciones de salud, a pesar de que ella siempre me acompañó a mí. Recuerdo el cambio en las horas de regreso establecidas por mi mamá, pues le daba miedo que estuviéramos solas en la noche. Recuerdo las excusas de la Guardia Nacional Bolivariana para intentar sobornarnos. Recuerdo las armas que llevaban en las manos. Recuerdo no cuestionar nada. Recuerdo las largas filas para conseguir un producto de básica necesidad. Y, a pesar de todo esto, recuerdo querer que esas imágenes nunca se convirtieran en un recuerdo.

Antaño

Los días en Venezuela eran prósperos. Laura y Alejandra, en Barinas y San Cristóbal, respectivamente, vivían en lo que se podría denominar un Disney Latinoamericano.

Laura viajaba cada año a Estados Unidos. La "Comisión de Administración de Divisas", más conocida como Cadivi, permitía controlar el cambio monetario de tasa fija en Venezuela. A los ciudadanos se les daba un cupo de hasta 5.000 dólares anuales para retirar en el exterior, lo que facilitaba sus constantes visitas al norte con el que mantenían buenos términos. Este factor se convirtió en lo que ellos llamaban un "regalo" pues la moneda verde era tratada como tal.

Alejandra, en cambio, viajaba constantemente dentro del país a las playas más lindas que hubiera visto. Estas la acompañaron a crecer, le brindaron oportunidades y les tenía un amor profundo. El turismo, la economía, los paisajes y la cultura estaba en su mejor momento.

Sus familias visitaban cada día los supermercados blancos, limpios, ordenados y abundantes para comprar alimentos al por mayor, además de productos de aseo personal. Carritos de mercado llenos, artículos a precios mínimos y hogares tranquilos conformaban el retrato de una distante Venezuela.

La "situación"

La "situación" en la que cayó Venezuela, sin embargo, se venía construyendo desde hacía ya unos años. Es en 1998, ad portas del cambio de régimen en el Palacio Miraflores, cuando los colegios, universidades, hogares y empresas presenciaron una metamorfosis encubierta dentro del país.

Principalmente, los cambios empezaron con la educación:

La mayoría de las escuelas privadas ahora eran públicas.

Los libros que se repartían en colegios eran estudios de Ciencias Sociales desde la perspectiva del Estado. Las imágenes de Simón Bolívar, el Che Guevara y Hugo Chávez eran recurrentes en las portadas.

Se instauró el Proyecto Canaima Educativo, resultado de acuerdos entre el gobierno de Portugal y Venezuela que permitían a niños de varios colegios el acceso a la tecnología. El propósito al inicio debe resaltarse como bueno y después de un tiempo perdió su fuerza.

A la educación le siguió la desestabilización. Ese factor sí que vino en todos los niveles posibles, desde una crisis económica hasta de seguridad nacional. Y aunque el país lo sabía, no lo comentaba. Como si no hablar de ello permitiera que el problema se esfumara.

Puente de la frontera colombo venezolana en acuarela. Realizado con la inteligencia artificial Dall-e

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Las cosas habían cambiado drásticamente. Los apagones se hicieron recurrentes, y, de manera sistemática, empezaron a haber saqueos, discusiones y enfrentamientos.

Ya no solo se trataba de gritos, sino robos a supermercados, peleas entre familiares y, en última, de allanamientos a propiedades. Aunque al principio solo era un rumor, empezaron a verse grupos de personas usurpando conjuntos privados. Esa vez, Laura supo que su papá tenía una escopeta y que hacían rondas entre los hombres para protegerse. Las 8 en punto de la noche se convirtió en la hora para rezar, con cánticos de fondo pedían a la Virgen María que, por fin, les realizara un milagro.

Alejandra le vivió incluso más de cerca. Su mamá había vendido la casa en la que estaban para mudarse a un estado más tranquilo. Sin embargo, no pudieron trasladarse. Cuando llegó el día de la mudanza la entrada a la ciudad estaba cerrada con bloques picados y barriles de gas. Las guarimbas, grupos de personas en oposición al gobierno, formaban barricadas en las calles mientras protestaban por falta de seguridad, luz, agua y comida. No pudieron mudarse, y el dinero de la venta de la casa debieron utilizarlo para comprar fardos de comida en la frontera a precios estrafalarios.

Según investigaciones de la Misión internacional independiente de determinación de los hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela (MIIV), el Estado venezolano reprimía las disidencias del país a través de servicios de inteligencia y sus propios agentes, lo que generaba graves delitos de derechos humanos que incluían torturas y violaciones.

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