SHENZHEN, China (AP) — En una pintura, un niño está sentado con la boca bien abierta mientras un trabajador, vestido con un traje médico blanco, extiende un largo hisopo de algodón hacia sus amígdalas. En otro, un oficial con cubrebocas y trabajadores médicos hacen guardia frente a un departamento acordonado y con sellos que dicen “CERRADO”, mientras residentes miran con frustración y desesperación.
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Estos son algunos de los retratos que Zeng Fanzhi, de 85 años, ha pintado para conmemorar tres años de estrictos controles de la política “cero-COVID” en China, que provocaron protestas a nivel nacional hace un año. Pero Zeng, un arquitecto jubilado que vive en Shenzhen, no critica las medidas, según las cuales millones de personas fueron sometidas a pruebas, encerradas en apartamentos o llevadas a centros de cuarentena.
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Zeng ha pasado gran parte de su vida al servicio del Estado chino, diseñando monumentos en la Plaza Tiananmén de Beijing y plantas de carbón para el Ministerio del Carbón. Es miembro de la asociación de artistas patrocinada por el estado de Shenzhen y sus pinturas aparecen en sellos y ganan premios.
El artista tiene una perspectiva diferente a la de los jóvenes manifestantes: una perspectiva moldeada por los primeros años que vivió en una China afectada por la guerra y la revolución, y los años posteriores en los que fue testigo de décadas de prosperidad y crecimiento. Para Zeng, la adhesión de China a los controles de “cero-COVID” era necesaria, y el cumplimiento de su pueblo heroico.
El líder chino Xi Jinping “dice que la creación artística debe realizarse desde ‘el punto de vista del pueblo’”, dice Zeng, explicando su enfoque en la gente común. “Esto significa que el arte debe reflejar la realidad de la vida de las personas. Los temas de mis pinturas están alineados con esta dirección”.
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Al crecer, Zeng vivió algunos de los períodos más tumultuosos de la historia china. Sus padres eran funcionarios públicos que huyeron a Chongqing, la capital de China en tiempos de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, Zeng creció mudándose de ciudad en ciudad, huyendo de los invasores japoneses y de la guerra civil china que siguió.
La victoria del Partido Comunista en 1949 puso fin a décadas de conflicto en China y trajo cierta estabilidad al país. Zeng aspiraba a ser artista y tomó los exámenes de ingreso a la escuela de arte en 1957, pero reprobó dos veces. Sus padres lo animaron a estudiar arquitectura.
Poco después, el fundador de la China comunista, Mao Zedong, emprendió el Gran Salto Adelante, una campaña ambiciosa pero desastrosa para transformar el país empobrecido en una potencia industrial. Millones de personas murieron de hambre y estudiantes de toda China se dedicaron a estudiar política.
En 1962, recién salido de la universidad, a Zeng se le asignó trabajar para un equipo de arquitectura en Beijing, diseñando estadios y teatros alrededor de la Plaza de Tiananmén, así como la Avenida Chang’an (Calle de la Paz Eterna) contigua.
Unos años más tarde, Zeng y su esposa, quien también es arquitecta, decidieron mudarse a Pingdingshan, hogar de una de las cuencas carboníferas más grandes de China, enclavada entre montañas en el corazón del país.
Allí, durante 20 años, diseñaron plantas de separación de carbón, desde trituradoras de carbón hasta dormitorios de trabajadores.
Para la década de 1980 la pareja sentía inquietud por nuevos horizontes. Mao había muerto y un nuevo líder reformista, Deng Xiaoping, estaba a cargo. China se estaba abriendo y las oportunidades aparecían en las costas. Suplicaron ser reubicados.
“Sentíamos que no nos estaban dando el mejor uso, así que queríamos abandonar el barco”, dijo Zeng.
Los graduados universitarios como ellos escaseaban y era fácil encontrar trabajo. Se mudaron a Shenzhen, una zona económica experimental ubicada junto a Hong Kong en el sur de China. En los años 90, los líderes chinos experimentaron con el capitalismo y Shenzhen se estaba desarrollando rápidamente. Zeng comenzó a trabajar en la Universidad de Shenzhen, que en aquel entonces estaba ubicada en los suburbios distantes y construida entre campos con caminos lodosos que serpenteaban hasta la entrada.
En los años siguientes, Shenzhen prosperó al igual que la familia de Zeng. Millones de personas fueron a Shenzhen para trabajar en fábricas que exportaban bienes a los mercados extranjeros. Zeng y su esposa diseñaron decenas de apartamentos y torres de oficinas en Shenzhen, que se elevaban como juncos en campos vacíos.
Con su nueva fortuna, compraron un apartamento cerca del centro de la ciudad, mientras sus hijos viajaban al extranjero para estudiar. Hoy en día, Shenzhen tiene más rascacielos que Nueva York o Tokio.
“Hemos visto muchos altibajos en nuestra vida”, dice su esposa, Zhao Sirong. “Shenzhen era una ciudad incipiente y nosotros éramos pioneros”.
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No fue hasta que Zeng cumplió 80 años que se retiró de la arquitectura. Finalmente, Zeng pudo dedicarse a su verdadera pasión: la pintura.
A pesar de su formación de la vieja escuela, aprendió su nuevo oficio de una manera claramente del siglo XXI. Día tras día, veía tutoriales maestros de arte en línea.
El arte de Zeng está inspirado en el realismo socialista, un estilo que encontró mientras crecía en la China maoísta. Cita como inspiración obras del famoso pintor realista ruso Ilya Repin, como “Los sirgadores del Volga”, que muestra a 11 hombres arrastrando una barcaza, con el cansancio en sus rostros. Es una representación inquebrantable del trabajo agotador, el heroísmo silencioso de la gente común y corriente en duras condiciones.
“Me dejó una profunda impresión”, dijo Zeng.
Zeng se sintió atraído por temas similares. Una de sus pinturas, “La vida no es fácil”, retrata a una trabajadora inmigrante envuelta en bufandas, vendiendo verduras y tiritando mientras la nieve se arremolina a su alrededor.
Zhao, la esposa de Zeng, se queja de su rigurosa rutina de pintura. Zeng conduce hasta su estudio todas las mañanas y pinta hasta última hora de la tarde. El octogenario trabaja los fines de semana y deja a su esposa sola con sus plantas para hacerle compañía.
“Lo que quiero de mi marido es que camine más despacio y deje de actuar como un hombre joven”, dijo Zhao, riendo y suspirando. “¿Por qué está trabajando tan duro? No entiendo”.
Pero Zhao todavía apoya el oficio de su marido porque cree que la actividad regular es clave para prevenir el deterioro mental. Ambos se sorprenden de los jóvenes que pasan sus días inactivos, viendo videos sin parar en sus celulares y gastando sus ahorros en juegos de mahjong (un juego de mesa chino) al aire libre en la calurosa Shenzhen.
“Mi vida sigue siendo muy satisfactoria”, dice Zeng. “Algunos dicen que pintar debe ser agotador para uno. Está bien, claro, pero ¿apostar no te resulta agotador?”.
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A medida que el coronavirus se propagaba, Zeng quedó fascinado por cómo trastornó la vida diaria a su alrededor.
Primero pintó a enfermeras tomando muestras de residentes, luego a niños que tomaban clases en línea. Luego, el año pasado, cuando los controles se volvieron estrictos y el conjunto residencial de Zeng fue cerrado, pasó sus días sentado en su balcón, pintando a los residentes encerrados en sus edificios, a oficiales montando guardia y a los repartidores con cubrebocas arrojando comestibles por encima de las vallas.
“Este fue un evento inimaginable que nunca había sucedido en todo el mundo”, dice Zeng.
Zeng y su esposa contrajeron el virus el invierno pasado, cuando se levantaron abruptamente los controles. Aunque su esposa se recuperó rápidamente, Zeng pasó semanas convaleciente. En toda China, cientos de miles de personas murieron cuando los contagiados llenaron los hospitales y los medicamentos se agotaron.
“Todos estábamos enfermos”, dijo Zhao. “Tuvimos dificultades durante los últimos tres años y, de repente, las cosas se abrieron. No estábamos preparados psicológicamente”.
A pesar de la naturaleza histórica de la pandemia, existen pocas representaciones del momento en China fuera de las exhibiciones oficiales y la televisión estatal que glorifican el papel del gobierno en la lucha contra el virus. Bajo Xi, el Estado ha reforzado los controles sobre la expresión de los artistas, lo que ha llevado a algunos a viajar al extranjero.
En una exposición de arte de Beijing este otoño, una de las pinturas de Zeng estaba escondida detrás de una columna. La exposición, dijo, la consideró demasiado negativa, ya que mostraba a los residentes confinados en sus hogares.
“No pudimos exhibirla”, dijo con una sonrisa, saliendo de su puesto y señalando la pintura.
Pero Zeng ve su arte como una conmemoración, no como una crítica. Vivió un “gran acontecimiento histórico”, dice, y ve su obra como una observación que rinde homenaje a todo el sacrificio y las dificultades soportadas por la gente común.
Para Zeng y Zhao, los beneficios que reciben el gobierno — que incluyen atención médica pública, alimentos subsidiados, transporte público gratuito y una pensión de 10.000 yuanes (1.400 dólares) al mes — van mucho más allá de lo que imaginaban tener cuando eran más jóvenes y crecían en una China azotada por la guerra.
“Entendemos las medidas del país”, dice Zhao. “Todos sentimos que, en general, nuestra política fue correcta, porque si reabríamos demasiado pronto, podría haber sido como en Estados Unidos, donde la tasa de mortalidad era muy alta”.
Hoy, Zeng trabaja arduamente en una nueva serie que retrata al líder chino Xi Jinping, que espera sirva como una “promoción política” positiva. Su último retrato muestra a Xi sentado humildemente entre aldeanos. La tituló tentativamente: “El presidente Xi nos lleva por el camino hacia la prosperidad”.
“Mi trabajo puede desempeñar un papel en la promoción de la superioridad de nuestro distintivo sistema socialista”, dice Zeng. “Nuestra época actual es una gran época y quiero crear pinturas que capturen esta era”.