KANSAS CITY, Missouri, EEUU (AP) — “¿Se sienten bien hoy, en el Reino de los Chiefs?”, gritó el alcalde de Kansas City, Quinton Lucas, ante un mar de fanáticos del fútbol americano que acababan de experimentar la tercera victoria de su ciudad en el Super Bowl en cinco años.
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Menos de una hora después —con la música aún a todo volumen y el confeti de celebración todavía flotando en el aire— el alcalde y una multitud huían de varios disparos, sin saber de dónde provenían, y buscaban desesperadamente un lugar seguro.
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Durante el momento de mayor orgullo comunitario, la ciudad de Kansas City —cuya zona metropolitana abarca condados en los estados de Missouri y Kansas— experimentó uno de los eventos más traumáticos de la cultura estadounidense del siglo XXI: un tiroteo masivo público. Cuando terminó, una mujer había muerto y una veintena de personas estaban heridas.
La policía ahora culpa a una disputa entre varias personas. El viernes, las autoridades dijeron que dos menores fueron acusados de cargos relacionados con armas y por resistirse al arresto. Se esperan cargos adicionales. Los tiroteos del miércoles duraron apenas unos momentos y sus consecuencias inmediatas apenas un par de horas. Pero a su paso, el evento dejó a una comunidad desconcertada que lucha por entender cómo algo tan positivo pudo convertirse tan rápidamente en algo tan aterrador y triste.
Como dijo el alcalde más tarde: “Esto es absolutamente una tragedia, algo que nunca hubiéramos esperado en Kansas City y que recordaremos durante algún tiempo”.
La relación entre los aficionados locales y sus equipos deportivos es con frecuencia intensa. Y en ningún lugar tanto como en este momento particular de la historia en esta ciudad específicamente, donde el talento, la suerte, el éxito y el orgullo cívico se mezclaron en un cóctel de entusiasmo, lo que aseguró que las festividades del miércoles comenzaran con una nota relajada y alegre.
Para muchos fanáticos jóvenes, la pregunta principal era si Taylor Swift estaría con su novio, Travis Kelce, para la celebración del Día de San Valentín. Los fans y los tabloides siguieron sin cesar la trayectoria de su avión, que mostró que había aterrizado en Melbourne, Australia, donde tenía programado un concierto. Eso significó que estuvo ausente cuando los autobuses rojos de dos pisos recorrieron la ruta del desfile de 3,2 kilómetros (2 millas).
A nadie pareció importarle. Ocurría lo suficiente para que hubiera mucha diversión. Puesto que muchos distritos escolares cancelaron las clases, los niños se encontraban entre la multitud que pedía autógrafos e intercambiaba choques de manos con sus jugadores favoritos. Algunos de los jugadores de los Chiefs llevaban gafas de esquí para protegerse de las lluvias de champán.
La ciudad y sus líderes estaban radiantes al encontrarse en el escenario mundial, ansiosos por celebrar la victoria de los Chiefs que remontaron tras ir abajo en el marcador y ganar 25-22 sobre los 49ers de San Francisco en tiempo extra.
“En todo el mundo”, dijo Clark Hunt —propietario del equipo— en la festividad, “conocen este lugar increíble”.
Y el gobernador de Missouri, Mike Parson, al dirigirse a la multitud, reprendió a quienes consideran al estado como un mero “territorio de paso aéreo”: “Si quieren ver el Trofeo Lombardi, tendrán que volar hasta Kansas City, Missouri, y les mostraremos más trofeos”.
Casi todos los discursos estuvieron llenos de conversaciones sobre volver a traer el trofeo a casa la próxima temporada por tercera vez consecutiva. El alarde parecía sorprendente para un equipo que, hasta 2020, no había ganado un Super Bowl desde 1969.
Pero la ciudad había acogido con agrado el giro, las camisetas habían volado de los estantes de las tiendas, los fuegos artificiales estallaron en los vecindarios después de cada victoria en los playoffs (los partidos eliminatorios en postemporada). Las escuelas y los negocios celebraron masivamente los “Red Friday” o “Viernes Rojo” —el día en que los habitantes de la ciudad visten de ese color— durante toda la temporada.
“Tres veces. Primera vez en la historia de la NFL. Lo vamos a hacer. Los amo a todos”, prometió el quarterback Patrick Mahomes. “¡‘Trerrepetición’!”, coreó la multitud en respuesta.
A medida que la celebración terminaba, Kelce tomó el micrófono y comenzó a cantar su propia versión de “Friends in Low Places” del cantante de música country Garth Brooks. Fue una indirecta a los analistas que habían descartado a los Chiefs, quienes fueron apenas dominantes durante la temporada regular y habían pasado a los playoffs en el tercer puesto de la Conferencia Americana.
“Éramos los últimos que pensaron que verían allí”, cantó Kelce con la multitud unida a coro. Algunos se habían subido a los árboles para observar.
Entonces, mientras el mar rojo se dispersaba lentamente, se escuchó un sonido. “Bang. Bang. Bang”, dijo un testigo. Balazos. Pero, ¿de dónde?
Algunos fans corrieron. Otros se quedaron donde estaban al pensar que lo que escuchaban eran fuegos artificiales. Los policías acudieron al lugar, con las armas en la mano. Dos aficionados incluso derribaron a una persona armada. Mientras sonaban las sirenas de las ambulancias y los helicópteros sobrevolaban, la policía acordonó el lugar de la celebración con cinta para escenas de crimen.
“Ahora puedo verlo, el titular: ‘Día oscuro’”, dijo Gene Hamilton, un hombre de 61 años de Wichita, Kansas, mientras esperaba detrás de la cinta.
Lo que no podía quitarse de la cabeza era la música. Siguió sonando mientras la gente corría y él planeaba arrodillarse detrás de un muro de piedra si era necesario. “Cambien la música”, recuerda haber pensado.
Hana Lee, de 28 años, caminaba hacia un autobús cuando escuchó disparos y gente que gritaba: “Agáchate, agáchate”. Vio a dos personas en el suelo y se unió a la masa que empujaba.
“¿Cómo puede algo pasar de tal felicidad a esto?”, preguntó.
Todos parecían conocer a alguien que estaba allí; ese es el tipo de ciudad que es Kansas City. Los asistentes fueron bombardeados con mensajes de texto: ¿Dónde estás? ¿Estás a salvo?
“Pensé en informar rápidamente que estoy bien luego de que este día de celebración se convirtiera en tragedia”, envió en mensaje de texto Sarah Fox, de Prairie Village —al otro lado de la frontera estatal en Kansas—, a los miembros de su club de lectura.
Stacey Graves, jefa de policía, dijo que el desfile atrajo alrededor de 1 millón de personas a una ciudad con una población de aproximadamente 508.000 habitantes y un área metropolitana de unos 2,2 millones. Los tiroteos, puntualizó, no reflejan la comunidad que conoce.
“Esto no es Kansas City”, dijo Graves, quien había apostado alrededor de 600 de sus policías a lo largo de la ruta, además de 200 más de otras agencias. “Estoy enojada por lo que pasó”.
Lisa López-Galván, madre y disc jockey popular, murió. Entre los 22 heridos, muchos son niños. Los distritos escolares que habían suspendido las clases ofrecieron orientación psicológica, al igual que las iglesias.
“Comenzó con tanta alegría y anticipación y ha terminado con una tragedia y un dolor que ninguno de nosotros podría haber anticipado”, dijo Michelle Hubbard, superintendente de Shawnee Mission, uno de los distritos escolares más grandes de Kansas.
En medio del caos, un estudiante del distrito incluso fue consolado por Andy Reid, el entrenador en jefe de los Chiefs, y Hubbard subrayó la importancia de la interconexión de la comunidad. “En los próximos días”, dijo, “tendremos que apoyarnos en esa unidad y en los demás”.
En cierto modo, en Kansas City, el sentido de comunidad que causó ganar el Super Bowl a principios de semana se ha convertido en el sentido de comunidad que una tragedia puede crear: una unidad de un sabor diferente, pero igual de potente. Se podía ver en las repercusiones inmediatas de la violencia, donde no había extraños en el caos.
Ashley Coderre, de 36 años, de Overland Park, Kansas, se encontró con un padre conmocionado en medio de los disparos y huyó con él y su hijo; se agazapó con ellos detrás de un automóvil. Mientras lo relataba, un camión pasó sobre una botella de cerveza de vidrio —un vestigio de la celebración previa— y la destrozó. Coderre saltó por el ruido. “Oh”, dijo, “eso no está bien en este momento”.
Finalmente, se detuvo detrás de un camión de bomberos para recomponerse. Allí conoció a Allie Tipton, de 30 años, de San Luis, quien estaba lejos de su auto y completamente sola. Tipton también había huido tras escuchar los disparos y ayudó a una mujer aterrorizada a encontrar a su hijo desaparecido. Ahora, mientras las secuelas se arremolinaban a su alrededor, no sabía qué hacer. Coderre, una desconocida, estaba allí.
De su nueva amiga, Tipton dijo lo siguiente: “Estamos unidas por el trauma”.